La sabiduría es la lengua nativa de Dios, pero no se adquiere por ósmosis, se requiere de nuestra participación. Cuando alguien da testimonio de su fallido matrimonio o de su vida arruinada, o sobre lo que hizo mal y cómo Dios lo resolvió, aprendamos de esa experiencia. Si nos negamos a aprender, seremos personas completamente bobas; individuos ingenuos, inocentes, ilusos, cándidos. Recordemos que la vida sólo dará su mejor fruto a los granjeros diligentes, a los industriosos peregrinos que trabajan con esfuerzo y sabiduría. El Señor nos libre de tener que llegar a los 80 para decir: “¡Cómo desearía haber sabido en mi juventud lo que sé ahora!”.
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